
Era de baja estatura y tenía hermosos ojos verdes. Usaba el cabello corto, teñido de un color cobrizo. Era médica y estaba casada.
Nos habíamos conocido porque era la jefa de una clínica a la que le vendía mis servicios. Era famosa por el orden estricto que exigía. Solía usar botas de taco no muy alto, negras. Cuando caminaba parecía decir: "Aquí estoy yo, aquí estoy yo". Los empleados temblaban al verla. Nos encontramos una vez en el centro por casualidad y como quería estrechar lazos con sus empleadores, la invité a tomar algo. Ella aprovechó para hacerme una larga lista de pedidos. A pesar de eso descubrí en ella una persona interesante, divertida y de excelente charla.
No la había mirado detenidamente nunca antes, pero ahora delante mío se transformaba en una mujer interesante, bonita, diría que sensual.
A partir de ese momento nos encontrábamos a tomar un café, a veces casualmente, otras por invitación mía o de ella y charlábamos de las cuitas maritales, de los problemas con los chicos, de libros o de cine.
Una tarde nos demoramos más de la cuenta en el bar y la acerqué en auto a unas cuadras de su casa hasta la esquina de una plaza. Cuando me acerqué a darle el beso de despedida, sentí el impulso de acariciarle el cabello. Jamás esperé que atrapara mi cabeza y metiera su lengua en mi boca, viboreante, en guerra desesperada buscando la mía. Miré hacia los lados buscando testigos indiscretos y sentí que su pierna se ponía sobre las mías, moviendo la pelvis contra mi muslo. Sin dejar de besarla subí mi mano por la pierna hasta la costura del jean entre sus muslos que presioné levemente. Sin perder un momento apoyó la palma de su mano sobre mi entrepierna y me levantó los testículos presionándolos suavemente sobre el pantalón.
-Me tengo que ir ya -me dijo con la cara encendida- nos vemos mañana en el bar, ¿si? -aún sostenía mis testículos.
Se acomodó el cabello, resopló para calmarse y salió caminando rápido. El sol pintaba de rojo los árboles.
Estaba tomando una gaseosa cuando llegó.-Vamos -dijo con la cartera en la falda luego de sentarse apurada.
Ya en camino me desprendió la camisa y me acarició el pecho. Me sonreía mirando mi erección que era notable a pesar de la ropa, en ocasiones la rozaba discreta con su dedo índice.
Bajamos en silencio hacia la habitación del hotel. Cerré la puerta y la traje hacia mí desde su cintura. Le empecé a besarle su cuello y una de sus orejas, pero ella no estuvo mucho tiempo así, sino que se abalanzó sobre mí tirándome sobre un sillón que estaba casi pegado a la entrada de la habitación.-Ayudame con tu cinto -dijo entredientes, ya montada sobre mí con las piernas separadas y luchando nerviosa con la hebilla.
Lo desprendí quitando sus manos y después le ayudé a sacarse la polera negra que tenía puesta. Me detuve en ver sus pequeños senos un momento, le toqué los pezones por encima de la tela y ella respondió bajándome el cierre para liberar mi miembro sobre el calzoncillos.
-Hace rato que te la quiero ver -dijo mientras se paraba y se bajaba el pantalón de espaldas a mí, dejándome ver unas linda cola enfundada en una tanga blanca pequeña. Se dio vuelta coqueta. Le acaricié la cicatriz de la cesárea con dos dedos.
-Me la voy a operar -dijo con mi miembro en su mano, luego metió su lengua en mi boca en un beso interminable.
-Tengo sed, dame saliva -dijo mientras abría la boca después de tirarse en mi falda boca arriba. Le di una gota de mi saliva y la tragó con deleite.
-Más, más -a cada gota de saliva respondia con movimientos y gemidos.
Se sentó sobre mí usando su mano para dirigir mi pene a su vulva y metiéndoselo. Sentí como ella tenía un orgasmo largo, muy largo.
Después empezó a moverse suavemente. Le desprendí el corpiño y ella se megreó los senos.-La tenés linda, la tenés relinda -me decía con los ojos cerrados- ¿me vas a dar leche?, dale, dale -repetía.
-¡Te aprieto! -dijo y me miró con los ojos bien abiertos. Sentí la presión de su vagina como una mano sobre mi miembro. Un vaho de placer me invadió y no pude más, tuve el orgasmo más intenso en años. Se quedó un rato largo sobre mí besándome calmadamente los labios y la cara. Me lamió el sudor de mi rostro. Me abrazó y la abracé.
-¿Nos vamos a volver a ver? -me preguntó sorpresivamente.
Me quedé pensando un rato con ella mirándome, no sabiendo qué decir ni tampoco qué hacer. Todo había pasado como una ráfaga.
-¿Y, ¿qué vas a pensar de mi? -repitió.
-¡Muy mala! -repetí dándole una palmada en la nalga-. Sentí una extraña excitación que me recorrió la espalda. Jamás había hecho eso de darle un chirlo a una mujer y esperé su represalia, una cachetada, un enojo y el fin de mi aventura con ella. Pero no se enojó, sino que me dijo al oído:-Puedo ser mucho más mala así me das muchos chas chas, papito.
Todas las películas porno que había visto en mi vida pasaron delante de mis ojos.
Comencé a nalguearla sintiendo mi erección en aumento, primero con timidez, después queriendo dejarle las nalgas todas coloradas. Veía sus glúteos moverse al compás de mis golpes hasta que sentí que era suficiente.
Nunca sentí tal grado de lujuria, nunca había paladeado el sabor del dominio. Un mundo nuevo se abrió ante mí. Se bajó de mi falda y se paró acariciándose las muslos, luego miró mi erección. Acariciando mi miembro se arrodilló entre mis piernas y me hizo una larga fellatio. La quise apartar cuando estaba a punto de terminar, pero ella se aferró a mi pene y me miró traviesa mientras se bebía mi licor.
-Vamos -dijo parándose-. Me esperan, vos sabés.
De nuevo la llevé a esa esquina de la plaza. Esta vez se bajó casi sin saludar.
Nos vimos cada semana y aprendí con ella los meandros del spanking. Nos dejamos de frecuentar cuando emigró en una de esas crisis económicas que tiene nuestro paìs y jamás supe más nada de ella.
Macho Argentino